Mientras que no hay límites para la escalada del calor, existe uno para el abismo del frío. ¿Qué sucede en los confines de ese punto (–270 grados), al extremo de que no puede ser rebasado? La inmovilidad absoluta de las moléculas, la detención del propio movimiento browniano; y, por lo tanto, ¿el fin de la incertidumbre?
La muerte no es más que una fase relativa: cuando uno lo piensa, el cadáver no cesa de agitarse por el movimiento frenético de los electrones. Para nuestros antepasados esa agitación se limitaba a la actividad de los gusanos en la carroña, para nosotros llega hasta la de las partículas en el caldo original.
Sucede a la inversa para la velocidad: ninguna es superior a la de la luz, límite absoluto
de la aceleración, mientras que la lentitud puede llegar hasta lo infinitesimal. No existe la inmovilidad absoluta.
Especulaciones demenciales, vinculadas de hecho con la superstición numérica: la linealidad es la que engendra esa idea de un punto insuperable. Las propias cualidades no tienen límites: más allá del rojo está el violeta, más allá del violeta otra sensación virtual. Es el campo de las metamorfosis.
Baudrillard. Cool Memories.